Por Ylonka Nacidit-Perdomo
30 de octubre, 2016
La historia es un himen desgarrado que guarda estériles delirios. Desgarrada ha sido la historia, y el himen, por horribles traumas sociales. Sufre ella, y se vuelve polvo, fosa, duelo, llanto, desesperanzas, vengador fuego, huertos donde no hay Edén.
¿Por qué Dios universal, omnipotente y omnipresente, ha querido que la historia se narre sólo a imagen de los falos, de esa alusión sexual que hace a la realidad un rosario de injusticias? ¿Por qué Dios como “creador de todas las cosas y las criaturas vivientes” no le ha arrebatado a ese ser-varón, con furia, ese falo lacerante que cuando está erecto desgarra a los hímenes, y subyuga todo lo que tenga la configuración simbólica de una vagina?
El falo, todos los falos del mundo representados como puñales, espadas, cañón y balas han provocado el dolor agónico y espeluznante de las guerras, traiciones a los principios, injusticias, muertes violentas, la sumisión de toda idea que pretenda cambiar esa antiquísima manera de sofocar los gritos redentores de los oprimidos.
El falo, todos los falos del mundo hacen que la nada (de manera resignada), y el olvido de los pueblos, se plasmen en las inconsciencias como una costumbre que traspasa con una daga a la historia. El falo erecto es una punta de iceberg que trae soledad y sufrimiento, cuando se hunde en el trigo tierno destruyendo a los que no pueden vivir la metamorfosis de la fertilidad de sus sueños.
No hay falo que no proclamara que la génesis bíblica, de la creación del mundo terrenal, lo hizo padre-verdugo, padre-de-los-siglos para que el “bienestar” de la humanidad se moviera y orbitara en torno a sus reclamos. El falo es un ente vivo, y una estratégica arma, para que los cantos de los cisnes se derramen sobre los lirios que se plantan próximos a las tumbas sin lápidas ni nombres.
El falo hace que “todo”, asombrosamente “Todo”, se asuma como un especulum, retrato de sí, retrato del yo, autorretrato del “talento” del falo para adormecer a las críticas, para consumar el dominio del Uno sobre el otro, para que las mentiras idílicas puedan postrar las alas de las aves sobre la tierra, caídas en picada vencidas.
La historia ha sido violada reiteradamente por los falos que se convierten en roca cincelada, en cemento o en granito, que se construyen con barandales altísimos, para que no se puede escalar a su cima, para evitar que de manera suicida se explique a los que sufren el cautiverio de la simulación, que no hay falo más cruel que el de los tiranos; esos falos de engendros malditos, que se asumen como “heroicos”, como “ángeles” inspiradores de confianza y como excepcionales varones, porque los demás le otorgaron a su falo el carácter excepcional de “prodigioso” conductor.
La historia es un himen desgarrado, el pueblo una estéril vagina donde no se procrea la intención de hacer estallar la voz que tiene, porque el falo la convierten en cenizas, en una rara boca que no se hace protagonista, ni incitadora garganta para reaccionar ante las desheredadas que traen los tiempos de cosechas para que las erupciones de la rebeldía, no quede sólo como una cuestión de lo femenino, como un mito o una imagen atrayente para el falo en la conquista del poder, o una extraña arbitrariedad de la naturaleza que creó una identidad que no tiene “éxito” para huir del falo que la destruye, para que no pueda preguntarse por ese enigma, de que los pueblos por más tragedia que le cause el falo de un tirano, vuelven al mismo para renovarle su dominio, para darle atributos que sus subconscientes traen con bocanadas y alucinantes. La eclosión del falo con la no-conciencia del pueblo, provoca que se ponga erecto; entonces las dádivas caen para que toda negatividad sobre el mismo se haga una subliminal entrega.
El triunfo del falo, sobre la identidad femenina, sucede porque es éste anula al sujeto-persona, y anula al sujeto-en-construcción-mujer. Es el falo el amante que se coloca sobre las crestas de las olas, que rema entre las aguas para que los encantos femeniles se proyecten en estado pre-Edípico y pre-Electra. Es ésta la falacia que trae la historia para explicar siglos de sumisión. Todo lo que es cuerpo-femenino, que adquiere la forma- de- lo- femenino, no es un problema para el erotismo que levanta el falo. Es el orden simbólico que se impone, porque al parecer el lenguaje genérico no subvierte las enunciaciones de ese orden simbólico. El yo-escindido femenino se desdobla cuando el falo se le coloca de frente para frustrarle la mirada del instante; lo subyuga doblemente, porque le hace el amor como si fuera un eclipse; le oculta lo que no desea que conozca, porque hace de la vagina una nave sigilosa a la que sólo entrega pétalos para cubrirla en los momentos de descanso.
Los políticos se han hecho de un gran falo, como largo tallo, para gobernar a las ciudades y a los pueblos que inspiran las demandas de sus egos, irreflexivamente. Y, la ciudad se hace una damisela quieta, estática, que los acoge desde el yo-imperativo que traen sus falos erectos. La ciudad, como vagina, no es siquiera el tú-vosotros, ni el tú-nosotras, es un lecho para hacer el culto exagerado a quien pasa por sus calles con el falo erecto al ritmo monótono de una oración clave: “soy quien encarna tu goce, tu vida prolongada a través de mis bienestares; sígueme mí; elógiame a mí; soy tu esposo, tu padre, tu hermano, tu amigo, tu compañero, tu protector”. Estratagemas en las cuales se esconde ese dominio del poder del falo; ese falo que agrede, como si fuera una turba en trance, todos los escenarios donde es posible la dicotomía de lo femenino/ masculino y masculino/femenino.
¡Qué impiadoso es el falo que contracorriente se impone a todas las clases sociales, que se muestra blando, pero que se hace colmillo para desgarrar el himen! Las ciudades, los pueblos, se hacen indefensos cuando sucumben ante los “encantos” del falo, cuando le urge a éste pescar en la inocencia, y hacer pragmáticamente de varón-macho-pescador de incautos y de incautas hembras.
La tradición que se ciñe sobre este siglo es, que la nación se hace fácil presa de los falos ungidos por la propaganda mediática, porque se transforman los falos, a través del símil, en anzuelos para ocultar que son canallas apuntadores que disparan sus hilos en tensión para sujetar a las víctimas de su violencia subliminal, para corresponder con su naturaleza de asumirse como “vitales” falos, columnas difíciles de derribar, pilotes que crean prisiones a la ignorancia, tatuajes a las visiones que puedan traer los ojos abiertos. Entonces se hacen los falos robustos creadores de la fatalidad que traen cuando se niegan a encarnar lo efímero, y aclaran que no es lo efímero lo que desean, sino la perpetuidad, la construcción de su eternidad, y no quieren obstáculos para ello, porque lo humano ya no es posible, sino lo corpóreo, la roca, la piedra, lo concreto y el granito.
El falo de ese alguien que los de atrás creyeron efímero, se hizo eternamente un erecto obelisco con su punta de glande como expresión de que la historia es un himen desgarrado. Cuando el falo se hace dominio y dominante orden, no cuenta con limitaciones a su “vitalidad” de mandante ni le importa los métodos de control a emplear ante las dificultades encontradas cuando el pueblo a su alrededor pretenda dejar a un lado la vida lúdica que le ofrece, ensordeciéndolo, alucinándolo, desmoralizándolo, en claros-oscuros, dándole morbo, sincretismo, espeluznante entrega a la fatalidad.
Así, luego de ese proceso, el poder del falo pasa a ser un perpetuador al servicio de las tiranías y de los opresores. Deliberadamente el falo erecto es el patrón de conducta de este pueblo que se rinde a sus encantos, que se confunde con las “sensaciones” desconocidas que le trae, que no escoge fecha inédita para erigirlo en su conductor, ni pone obstáculos a la sumisión que les trae su dueño, graficado en ese suntuoso falo que se levanta hacia el cielo en la ciudad.
¿Qué tan convincente es en teoría la palpitante inmortalidad del falo de los dictadores, de esos falos que sus descendientes defienden, y que otros revelan en biografías su íntimo aspecto? Acontece que ahora, de nuevo, la rueda gira caóticamente, los imaginarios de la circunferencia se revierten, danzan, se contornean, se borran entre-sí, se presentan como alabanzas, alaridos de “triunfos”, en torno a quiénes se colocan en primer plano con sus falos. Esos “quiénes” ruegan, inducen a creer que ruegan la benevolencia de sus iguales, y de sus “súbditas”, se hacen de la fama de favorecidos, porque han vencido a otros falos erectos en la carrera avasallante que representa su cañón que penetra todos los rincones donde inescrupulosamente son populares las orgías del machismo.
El falo de los verdugos ¿es de bronce, de oro o de diamante? El falo de los que entierran cabezas inocentes en los cementerios ¿es, acaso, una estaca que no desparece con las llamas del fuego? El falo de los vivos, de los que se creen imprescindibles, y criaturas que no son de carne y hueso, porque para ellos no deben obediencia a otra naturaleza que no sea la de los demonios de su pasión y sus odios ¿es caso del cristal de una bombilla que no se quiebra cuando la misma bala-fálica le atraviesa sus costillas? ¿En qué plano se encuentra el falo del que se asume a sí mismo como un macho con el sexo entre las piernas para manipular a su antojo los conflictos del poder, lo cerrado y lo abierto, y como un fuerte agresor de lo femenino, porque penetra, invade a todas las acciones, a todas las ficciones que las ideologías no pueden descodificar?
La epopeya de la “victoria” del falo protagonista del poder es, que vive en amancebamiento con los imaginarios femeninos, de los cuales se apropia y metamorfosea. Además, a todos los imaginarios los hacen sus criados, sus mandaderos, y los agrede con su paternalismo. Él se auto designa receptor de la pasividad social, y transmisor de la falacia de su invencibilidad como agresor. Sumisas ante la superioridad subliminal del falo del poder, las portadoras del imaginario femenino sucumben y se hacen servidumbre ante el “protector” que destruye el himen de la historia.
Todo episodio de la historia donde el falo del poder domina los instintos atávicos de un pueblo, es un parecer y es un ser, porque desde su obsesivo-yo coacciona sin escrúpulos; es bestia que no admite mordaza, pero que genera el conflicto de intervenir la existencia de los que se resisten a su mordacidad.
Sin embargo, olvidan los falos del poder que, la insurrección de los pueblos puede abolir sus intereses mezquinos de proyectarse desde el teatro de la vida como su propio dios, como el único dios capaz de promover que se le acepte la perpetuidad de su farsa.
Orden infinito, tiempo cósmico, esencia misma de la tierra ¿por qué les has dado un falo a los políticos para sentirse maridos indispensables del pueblo, y erigirse en compradores de toda la canallesca carroña que contamina el ambiente, y del imaginario femenino que a causa de irrisorias promesas no tiene la voluntad de desaprender ese estereotipo de que, sin el falo a su lado, tendría ante sí un vacío existencial? Esa es la mentira de polifonías verbales con la cual se corteja a las votantes, y que trae la perversidad del poder del falo de los políticos, que se hace un tronco, un árbol erecto, con ramas extendidas para abrazarlas.
Es el falo el símbolo de la soberbia del poder, el símbolo que explota las mentes, que graba tatuajes psicológicos en todas las esferas de lo femenino; es el que trae las violentas divisiones en los propósitos de ideales, el que altera a la historia, el que abusivamente propaga la “virilidad” entre los machos, y el mito de que sólo el macho promete lo realizable. Virilidad, masculinidad, culto al feroz dominio, lo plasma el falo que no quiere ser la caricatura de un macho débil.
¿Qué trampas de poder trae el falo de los que aspiran a la eternidad con la gracia de la “voluntad” de los que se dejan seducir, por lo cual tienen el firme empeño de vencer a los contrarios haciendo para-sí un rostro de Narciso?
¿Qué trampas de poder trae el falo de los cortesanos del dios Midas, que vicia el alma de los que quieren las miles de que dispone su falo; esas miles que los hacen navegar como autoridad por largos pasillos, por los aires y por los mares sin el escollo de los contrarios?
¿Qué trampas de poder trae el falo que con apariencia “angélica”, coloca de rodillas a los que podrían ofenderle, desnudarle su “honor”, desterrarlo al limbo para que las conjuras de sus engaños se conviertan en un boomerang que lo vulnere, que lo derrote, que lo haga despreciable?
¿Qué trampas de poder trae el falo cuando no se quiere dejar caer, cuando se niega al castigo del pueblo, cuando su adoctrinamiento se hace una pírrica lengua que no embriaga más con sus lisonjas? Si no hay respuestas, el silencio del poder del falo no merece más que repugnancia. Ese silencio reservado hace insalvable la fragilidad de su condición mimética. Las loas que se recitan para el falo del poder, son loas que tarde o temprano traerán su derrota. El silencio del poder del falo dice y no dice nada, porque abjura de la nada, de sus abstinencias, menos de las cúspides que le da el placer del poder del falo.
No, no creo que las multitudes de votantes, de imaginario femenino, que ha sido maleada, manipulada o comprada, envidien al falo; creo que lo obedecen. Y, ¡Oh, ironía!, lo obedecen para luego llorar las falsedades de su bondades. Tantos, tantos espejismos que crea la “droga” de la política; esa “droga” que alucina, que no argumenta, que se narra para establecer sólo los roles del “dominador y la dominada”. No habrá, al parecer, nunca un tiempo de catarsis para que “las dominadas” hagan resistencia al “dominador”, para que le repliquen en el rostro lo que ven en sus ojos: su patología misógina.
¿Por cuántos siglos más irán “las dominadas” como devotas a ese juego de perversidad que trae el falo del poder, ese que las hace en las urnas, votantes devoradas por Júpiter? “Las dominadas” por el poder del falo son obligadas a claudicar, a hacer de sus memorias un futuro de abyecciones e infidelidades a sí mismas.
“Votar”, ejercer el derecho al sufragio en el tiempo presente, es una manera de expresar “las dominadas” su sexualidad femenina explota por el poder del falo, porque no conocen, no definen a su adversario, no “sospechan” que éste las relega a la invisibilidad, al trance de ser sujetos sexuados como mayoría anónima. ¡Qué amor tan cortés se da en tiempos de campaña política entre el poder del falo y esta mayoría anónima de sujetos sexuados! ¡Qué amor tan cortés es éste que versifica poemas, que se hace trovador de halagos, que se hace tan sentimental, que se dirige a esa mayoría de sujetos sexuados que veneran al poder del falo que, les impide ser sujetos-conscientes?
Acaso es un amor “cortés” que las entrampa en ser: ¿Amadas, y desamadas? ¿Amadas, y queridas? ¿Amadas, y seducidas? ¿Amadas, y tiranizadas? ¿Amadas, y ultrajadas? ¿Amadas, y rotas? ¿Amadas, y sorprendidas como vírgenes por el poder del falo? -Quién sabe.
Este es el trópico, el Caribe, la tierra que más amó el Almirante. Y, ahí está Colón con el dedo índice hacia el frente, señalando un “camino” después de todo el sufrimiento que causó; empleándose a tiempo completo con el falo de su poder, que se representa en ese dedo, tenso, acusador, opresor, sin ocio alguno; eternizado su falo de corte feudal con énfasis en que el bravo macho “todo lo puede”: imponer su palabra a los cuatro vientos, recapitular los matices inconfundibles de su pasión, que no fue aventura sino “desafío”.
El presente es un presente irrepetible. Todo quedará, otra vez, como crónica sin agramaticalidad. La historia será un himen desgarrado. El poder ancestral del falo se impondrá, y los sujetos asexuados por el imaginario femenino, que no pueden hacer una ruptura con el tatuaje psicológico que les impide ver su realidad de subordinadas ideologizadas por el poder del falo, o destruir las percepciones híper-cromáticas y seductoras que traen esas voces que les atrapan en una red, verán zozobrar su existencia, degastada su condición de ciudadanas sin poder emerger de esa situación de asfixia , por no plantearse la posibilidad de tomar las riendas de sus destinos, e ir a encontrarse todas a un litoral donde emprender la batalla, la gran batalla de derrumbar el poder del falo. Si no lo creen, pregúntele todas a Dilma Rousseff.